lunes, 30 de noviembre de 2009

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ViDa Y oBrA dE MARCELINO CHAMPAGNAT

Marcelino José Benito Champagnat nació el 20 de mayo de 1789 en Marlhes, cerca de Saint-Etienne (Loira), y fue bautizado al día siguiente, fiesta de la Ascención. Era el penúltimo de diez hermanos.

Su padre, Juan Bautista, fue nombrado para ejercer todas las responsabilidades municipales durante el período del Terror y del Directorio, ya que, además de ser hombre recto y conciliador, era un convencido promotor de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad proclamados por la Revolución a todo el pueblo. A pesar de esto, no hacía caso a los decretos republicanos y protegía a los desertores, a los sacerdotes perseguidos. Hospedaba en su casa a su hermana que era religiosa de la Congregación de San José.

Marcelino aprendió de su padre el amor al trabajo y el espíritu emprendedor. Su madre y su tía cultivaron en él la piedad, la caridad y la devoción mariana.

VOCACION SACERDOTAL

Calmada la tormenta revolucionaria que había diezmado al clero, algunos sacerdotes empezaron a buscar nuevas vocaciones para el seminario diocesano. Uno de ellos dijo a Marcelino: “Hijo mío, tú debes ser sacerdote; Dios lo quiere”. Seguro de su vocación, respondió con toda disponibilidad. Debido a que la muerte del padre había dejado a la familia con escasos recursos, él mismo pagó los gastos con los ahorros obtenidos como pastor de ovejas.

Fue admitido en el seminario menor de Verrières el 1 de noviembre de 1805. Superadas las primeras dificultades de los estudios, en 1813 entró al seminario mayor de Lyon, dirigido por los Padres del Oratorio. El clima de fervor creado por ellos ayudó mucho en la formación espiritual del seminarista Champagnat quien sintonizó perfectamente con la espiritualidad sulpiciana. En sus largos coloquios con María, comprendió que Dios quería santificarlo y prepararlo para trabajar en la salvación del prójimo mediante una especial devoción a la santísima Virgen. Desde entonces la consideró como su Madre y como el camino que lo llevaría a Jesús. Su lema fue: “Todo a Jesús por María; todo a María para Jesús.”

Al acercarse su ordenación sacerdotal empezó, junto con un grupo de seminaristas cualificados, a preguntarse sobre los medios de apostolado más eficaces para liberar a los fieles de la ignorancia e indiferencia religiosas. Entre ellos, brotó la idea de una asociación que llevaría el nombre de “Sociedad de María”, título surgido de la devoción mariana de todos los componentes del grupo. Sin embargo, Marcelino intuía que el objetivo apostólico no podía limitarse a las misiones y a los adultos e insistía: “necesitamos hermanos para la educación cristiana de los jóvenes.” En este contexto se le dio el mandato de realizar personalmente su proyecto.

VICARIO DE LA VALLA

Tras su ordenación sacerdotal, el 22 de julio de 1816, Marcelino Champagnat fue enviado como Vicario a La Valla-en-Gier. La parroquia tenía una población de 2500 personas que habitaban en La Valla y en 62 caseríos diseminados en la accidentada superficie del monte Pilat. Algunos de estos caseríos estaban a dos horas de camino de la casa parroquial. Encontrando una profunda ignorancia religiosa y una práctica mediocre, empezó inmediatamente su trabajo pastoral. Todo lo hizo con obediencia ejemplar al párroco a quien siempre manifestó respeto y sumisión, tanto en privado como en público, soportando pacientemente sus excesos de autoritarismo.

Marcelino, que no podía ver a un niño sin sentir el deseo de catequizarlo, ideó la renovación de la parroquia con el fructífero método de llegar a los adultos por medio de los niños. Estos acudían en cantidades siempre mayores a escucharlo y sus padres no tardaron en imitarlos. Aquel sacerdote les atraía y les hablaba una y otra vez sobre las grandes verdades, iluminando y tocando sus corazones hasta crear en ellos la exigencia de la reconciliación sacramental. En las conversaciones familiares de las tardes dominicales completaba la instrucción, enseñando a santificar la fatiga de los trabajos agrícolas y, a las madres, a educar cristianamente a sus hijos inspirándose en María.

Así fue como se reformaron las costumbres y se desarraigaron hábitos contrarios a la práctica cristiana como: el trabajo en días festivos, la embriaguez, los bailes y las lecturas libertinas.

En su trabajo pastoral, Marcelino privilegió a los enfermos con su asistencia. Los visitaba, curaba y ayudaba materialmente con ternura paternal. Cuando se trataba de asegurarles los auxilios de la religión nada le detenía; ni la noche, ni los caminos ásperos y helados ni la nieve. Un día, recorriendo aquella serranía con un amigo le dijo: “si pudiera recogerse en el fondo del valle todo el sudor que he derramado en estas andanzas, habría suficiente para un baño; pero estoy contento porque Dios me ha concedido la gracia de llegar siempre a tiempo para administrar los últimos sacramentos”.
La asistencia a un moribundo de diecisiete años que ignoraba las verdades más elementales del cristianismo le hicieron tocar con la mano la necesidad de los “hermanos educadores”: “¡Cuántos jóvenes del mundo se encuentran en condiciones análogas!.” Convencido de que la realidad presente del hombre es el hoy de Dios, no aplazó más la realización del proyecto que había acariciado desde el seminario.

FUNDADOR DE LOS HERMANITOS DE MARIA

El 2 de enero de 1817 recibió a dos jóvenes campesinos de 15 y 23 años que no tenían instrucción, en una casucha construída por él mismo, muy parecida a la de Nazaret, cuyo espíritu pronto empezó a vivirse. La regla de la nueva comunidad era breve: oración, trabajo manual para la propia manutención y estudio orientado hacia la evangelización de los niños. Todo hecho en un clima de auténtico espíritu de familia, de humildad, sencillez y modestia. Así nacieron los Hermanitos de María.
En el año 1822, después de cinco años de vida, la nueva institución tenía 10 miembros y dirigía con éxito cuatro escuelas rurales. Pero de improviso empezó una campaña de discriminación y de denuncia contra el Fundador de parte de los cohermanos sacerdotes quienes lo juzgaban como carente de talento e imprudente. Siguieron las amenazas por parte de la Curia de dispersar a la comunidad y de someterla a la autoridad de la Sociedad de la Cruz de Jesús, fundada por el Vicario General, el R. Claudio María Bochard. Marcelino calló y se declaró dispuesto a obedecer si sus superiores le revelaban con seguridad que eso era la voluntad de Dios. También su confesor lo rechazó a pesar de que siempre actuaba siguiendo su consejo. Así inició una larga experiencia del abandono de Cristo.
En 1824, Mons. Gastón de Pins, nombrado Administrador Apostólico de la diócesis de Lyon, interpretando claramente los designios de Dios sobre Champagnat, lo relevó del cargo de vicario de La Valla, permitiéndole dedicarse completamente a su Instituto, que con la bendición del Señor continuaba prosperando y necesitaba una casa más grande para recibir a los numerosos postulantes y novicios.
En la construcción de Nuestra Señora de l’Hermitage, iniciada sin dinero pero con gran confianza en la providencia, se vio al buen Fundador como incansable albañil entre los albañiles, teniendo a sus hermanos y formandos como ayudantes. Las críticas se agudizaron de nuevo contra aquel a quien en el ambiente eclesiástico de la diócesis se designaba simplemente como “ese Champagnat loco”. Un “sacerdote obrero” era verdadera piedra de escándalo en aquella época.
En 1825, agotado por el trabajo y por las visitas a las diez escuelas dirigidas por los hermanos, Marcelino enfermó gravemente. Como si no fueran suficientes las dificultades externas, se añadieron las de algunos miembros de la Sociedad de María que lo ayudaban en la formación de los novicios. Ellos amenazaron con abandonar la casa y dejar a sus habitantes en manos de sus acreedores. Especialmente aquel a quien se atribuye la primera idea de crear la Sociedad de María, Juan Claudio Courveille, intentó alejar a los hermanos de su Fundador y de sustituirlo en el gobierno del Instituto. Como respuesta, Marcelino, convencido de que la obra era de Dios y de que él no era indispensable. instó serenamente a sus hijos a elegir a Courveille como superior y a darle su respeto y obediencia. Pero Dios se ocupó de restituirle la salud y de librar a la comunidad de la presencia sombría y perniciosa de Courveille.
La Sociedad de María obtuvo el reconocimiento de la Santa Sede en 1836 y Marcelino fue uno de los primeros en hacer su profesión religiosa. Esto implicaba la regulación de su condición como superior de los Hermanos Maristas. El V. Juan Claudio Colin, Superior General, juzgó estar obligado a pedir la dimisión a Marcelino. “Todo el mundo sabe, observa un cohermano testigo, cómo aman su obra los Fundadores y los exSuperiores así como su decisión de dirigirla según sus modos de ver; sin embargo, tan pronto como el P. Champagnat captó lo que se le decía con toda cautela, respondió: “Desde luego que sí daré la dimisión y debo darla; lo único que me disgusta es que se tomen tantas precauciones para decírmelo. He tenido la gracia de comenzar; no tengo las gracias de estado para continuar”. Y dio su dimisión.” (Coste, J., S.M. – Lessard, G., S.M., Origines Maristes, vol. II, Doc.752, p.719 ).
Presentó la dimisión en un estilo muy singular y revelador de su interioridad: “María, tierna Madre mía, pongo pura y sencillamente en manos del Señor Superior de la Sociedad de María la rama de los Hermanos Maristas que se me confió en 1816. Dígnate, oh Madre de Misericordia, perdonarme todas mis culpas descuidando o no desempeñando como hubiera podido hacerlo mis deberes con esta obra.” ( Id., Ib., Vol. I., Doc. 416, p. 951 ).
Su unión espiritual con la Sierva humilde, la Madre, la primera Superiora, el “Recurso Ordinario”, le hacían fáciles y como naturales las más arduas renuncias: “Quien se pone en los brazos de María es ayudado eficazmente a llevar la cruz.”, “ Suceda lo que suceda, estaré en paz en Señor y en su santísima Madre y bendeciré sus nombres santos.” (Carta al P. Cattet ).

VIRTUDES

Tener la vivencia de Cristo como María, fue el ideal de Marcelino. Ideal madurado en cada acontecimiento con un incondicional “Ecce... Fiat “, aun en los momentos más penetrados por la cruz, hasta el “ Consummatum”.
La fe en la paternidad de Dios es la base del completo abandono en Él y de la búsqueda de su voluntad en el diálogo íntimo y de su filial cumplimiento. “La oración era su hábitat; se dedicaba a ella con tanta facilidad y gozo que parecía que le era natural”. De la contemplación del misterio de Dios que “tanto ha amado al mundo hasta darle a su propio Hijo unigénito” ( Jn.3, 16 ), y de la meditación de los misterios del Redentor, la encarnación, la pasión y la eucaristía, extrajo el celo ardiente por su gloria y una gran capacidad de servicio. El deseo más grande de su alma fue la práctica y la promoción del amor de Dios y del prójimo con total abnegación. El secreto de su actuar está en su convicción de que “sólo Dios merece nuestro amor. Amar a Dios y trabajar para darlo a conocer y hacerlo amar, he ahí lo que debe de ser la vida de un marista. ¡Oh! qué infelices seríamos si no amásemos a Dios, la Bondad, la Belleza, el Bien por excelencia, el único capaz de saciar y de llenar nuestro corazón creado para el bien infinito! (Summ., p. 291 –10 ).
No dejaba pasar ninguna ocasión para estimular e inflamar los corazones en el amor de divino: “¿Quiénes queréis que amen a Dios sino los hijos de María? ¡Qué afortunados sois, queridos hermanos, al ser escogidos para enseñar a los niños a conocer y amar a Dios! Habladles frecuentemente de nuestro Señor y de sus misterios. Entre más lo deis a conocer, más lo haréis amar ( Summ., p. 292 – 12 ). No se contentó con predicar el amor de Dios sino que dio testimonio de él según el mandato evangélico, amándolo con todas sus fuerzas, con todo su corazón, su alma y su mente, de tal manera que ningún aspecto de su vida carece de ese amor así como su corazón no anheló ningún otro objeto.
Su esperanza sobrenatural no es menos notable. “Su corazón estaba completamente desprendido de la caducidad de este mundo y su esperanza se dirigía continuamente hacía la eterna beatitud”.(Summ., p. 270 – 31), dejándose llevar por las palabras del divino Maestro y por la seguridad del amor divino y de su ayuda a quien lo sirve: “Quaerite primum regnum Dei et iustitiam eius, et haec omnia adicentur vobis”.(Lc.12,31; Summ., p.288 – 26). No se fiaba en absoluto de sus propias obras, estando convencido, como lo revelan también sus enseñanzas, de que no hay nada que dañe tanto las obras de Dios como la presunción, la confianza en los propios méritos y el fiarse de la propia capacidad (cfr. Summ., 287 – 23). Nada lo detenía cuando estaba seguro de la ayuda de Dios con oraciones fervientes e incesantes; más aun, cuanto menos disponía de medios humanos más crecía su esperanza en la intervención divina: “cuando se tiene a Dios consigo, cuando se cuenta únicamente con Él, nada es imposible” (Summ., 268 – 25). Hechos abundantes prueban su confianza en la Providencia. Una muestra de esto es la respuesta que dio a quien le reprochaba de ser temerario al iniciar una obra que se pensaba que fracasaría: “sería una imprudencia incalificable si contásemos con nosotros mismos, pero contamos con la Providencia que nunca nos ha fallado y que lo ha hecho todo entre nosotros”.
La vida teologal de Marcelino Champagnat estaba fundamentada en la bienaventuranza de la pobreza, es decir, en la humildad profunda, el desprendimiento interior. La fidelidad a Cristo sufriente hizo de él un manso cordero que no abrió la boca ante quienes lo trasquilaban. “Durante toda su vida, refiere uno de sus primeros discípulos y biógrafo, fue contrariado, humillado y perseguido en todas las formas y nunca se dio la satisfacción tan buscada por el amor propio, no digo de quejarse de sus opositores y perseguidores sino ni siquiera de justificarse. Más aun, impulsado por el espíritu de abnegación hablaba bien de las personas que lo dañaban y les prestaba todos los servicios que podía”. (Vie, ed. 1989, p. 399). El P. Juan Luis Duplay, Rector del Seminario mayor, que conocía su intimidad, apenas supo de la muerte del Beato, escribió: “El P. Champagnat tuvo sus pruebas; yo las conocí. Sin embargo continuaba su obra con un corazón libre a través de todas las adversidades. La razón de esto es que en todos sus esfuerzos miraba más allá de los intereses personales, sabía trabajar para Dios y únicamente para Dios. Uno de los grandes méritos de este sacerdote es su paciencia en el sufrimiento y el silencio en momentos amargos” (AVIT, Fr., Abregès des Annales, 1972, p. 323).

OBRERO DEL REINO

El Beato se mostró siempre fiel hijo de la Iglesia, animado por un gran respeto al Papa en quien veía al Cristo que continúa su misión en el mundo. Las encíclicas del Papa se leían de pie en comunidad, tal como se hace con la palabra de Dios. Creyó firmemente en la infalibilidad del Papa y fue totalmente ajeno a toda pretensión de galicanismo. Para expresar mejor su pensamiento usó frecuentemente esta comparación: “Así como la luz que ilumina la tierra nos viene del sol, así toda la luz que ilumina a los hombres en el orden sobrenatural nos viene de nuestro Santo Padre el Papa. El Papa es para el mundo moral lo que el sol para el mundo físico”.
El espíritu de sumisión a la Iglesia jerárquica se manifiesta también en relación con los Obispos: “¿Se puede temer cuando se es guiado y protegido por los sucesores de los Apóstoles, por aquellos que son la luz del mundo, las columnas de la verdad y la sal de la tierra? Los Obispos son nuestros padres, debemos considerarnos como sus hijos y darles en toda circunstancia muestras de profundo respeto y total sumisión”.
La actitud de Champagnat hacia los párrocos no era menos filial. Como fundador recomendaba a sus Hermanos ser muy conscientes de su tarea como “colaboradores de los pastores de la Iglesia” y vivir y actuar en perfecta comunión con ellos, porque la evangelización y la educación de los jóvenes pertenecen a la misión misma de la Iglesia. Así se comprende también la gran consideración que tenía hacia todos los constructores del Reino: “Deseo, queridos Hermanos, que la caridad que debe uniros como miembros del mismo cuerpo se extienda también a las demás Congregaciones. Os conjuro por la infinita caridad de Jesucristo que no envidiéis a nadie y menos aun a aquellos a quienes Dios llama a trabajar como vosotros, en el estado religioso, en la educación de los jóvenes. Sed los primeros en alegraros de sus éxitos y en entristeceros de sus desgracias. Encomendadlos frecuentemente a Dios y su Madre santísima. Dadles preferencia sin dificultad. No hagáis caso a los discursos contra ellos. La gloria de Dios y el honor de María sean vuestro único fin y vuestra única ambición” (Testamento Espiritual).
El Beato Champagnat puso su carisma al servicio de la Iglesia. Su anhelo evangelizador siempre tuvo dimensión universal, por eso lanzó a su Instituto a un apostolado sin fronteras: “Todas las diócesis del mundo entran en nuestras miras”. Su pensamiento dominante y el fin de toda su actividad fue que Dios fuese conocido y amado por todos, que pronto hubiera un solo rebaño con un solo pastor, no únicamente en la región donde el furor de la irreligión había imperado por largo tiempo, sino en todo el mundo. El deseo ardiente de las misiones “ad gentes” acompañó a Marcelino toda su vida y lo hubiera satisfecho si la obediencia no le hubiera pedido permanecer en Francia. En 1836 la Santa Sede encomendó a la Sociedad de María la evangelización de Oceanía e inauguró la expansión misionera del Instituto. Tres Hermanos fueron compañeros de San Pedro Luis Chanel, protomártir de Oceanía, y otros fueron enviados después.

ULTIMOS DESEOS APOSTÓLICOS Y MUERTE

En los últimos meses de su vida tuvo el deseo de fundar una escuela para la educación de sordomudos. Siempre disponible a los signos del Señor, puso a dos Hermanos para que se especializaran. Pero no tuvo el gusto de ver realizado su proyecto. Agotado por el trabajo, las renuncias y por la enfermedad, la vida de Marcelino se apagó en la casa madre de Nuestra Señora de l’Hermitage, el sábado 6 de junio de 1840, a las 4:30 hs., momento en que los Hermanos iniciaban la jornada con el canto de la Salve Regina.
Marcelino había dado frutos buenos como auténtico árbol bueno (cfr. Mt. 7,17). Para continuar su misión dejaba 200 religiosos que educaban a 7000 alumnos en 48 escuelas. Después de su muerte, como la semilla sembrada, ha revelado una fecundidad prodigiosa ( cfr. Jn. 12,24 ). El Instituto se ha propagado por todos los rincones de la tierra. La opción preferencial por los menos favorecidos, característica original del Instituto presenta hoy un amplio abanico de actividades: escuelas primarias, secundarias, profesionales y agrícolas, editoriales, cura de enfermos, asistencia a los leprosos y

Mi Insignia

HimnO MaristA

Himno Marista
Es la hermosa bandera Maristamanantial cristalino de paz,luz perenne que al hombre iluminay le ayuda a luchar contra el mal.
Es nuestra arma invencible la ciencianuestro escudo de Dios la moral,nuestro anhelo servir a la patria,la conquista del bien nuestro ideal.
En las lides que el mundo nos brindea su sombra sabremos triunfar;nuestra aliada será la victoria,Feudo nuestro la gloria seráy en el mástil del campo enemigonuestra enseña vereís tremolar.

BiEnVeNiDa

Holas a todos este mi blog personal ojala les guste aca pondré información, musica, videos y muchas cosas más adios y disfruten la pagina.